domingo, 2 de febrero de 2014

CLON: narrativa






















Contreras y Gutenberg son uno. La diferencia es que Johannes es alemán y está muerto. El viejo Contreras, del que nadie sabe su nombre de pila, empezó como guillotinero en esta imprenta de Sarría. Luego fue linotipista, ilustrador, corrector de pruebas. Su cara arrugada contrasta con su ausencia de canas. El glaucoma, en su caso, fue una bendición, ya que lo ayudó a concentrarse aun más, si eso fuera posible, en los minúsculos detalles y especificaciones de su oficio: sus ojos perdieron por completo la visión perimetral, evitándole distraerse de todo aquello que pegaba frontalmente a sus lentes de aumento y a su cuentahílos. En éste, su mundo tipográfico, Contreras se mueve prodigiosamente. Sus dificultades comienzan al traspasar las fronteras de la imprenta.  Mi socio lo ha convertido en un reo laboral, construyéndole un dormitorio con baño privado al fondo del galpón. Así le evita enfrentarse a sus enemigos naturales: los desniveles del piso y las escaleras que constituyen su fobia más profunda y auténtico terror, desde que rodó por una, alevosamente empinada y sin pasamanos, fracturándose la cadera. El Gutenberg vernáculo se resistió a operarse durante un tiempo, tomando ron de culebra para soldar por sí solo el hueso, cosa que no ocurrió. El bastón es una secuela de la intervención quirúrgica a cargo del traumatólogo de turno en el seguro social y la prótesis checoslovaca o coreana que no cumplía los requisitos adecuados. Cuando se rasca con su ron añejo puro, el viejo impresor se caga en la madre de las escaleras, los médicos, los fabricantes de prótesis y hasta en el alma de la culebra fraudulenta que sabía a mierda.

Empezó como un reto. Estrenando el three-pack de ron puertorriqueño que mi socio le trajo a Contreras. En la televisión reseñaban el desmantelamiento de una imprenta clandestina donde falsificaban billetes de cien dólares.

–Los agarraron por chapuceros. –suelta Contreras.

–¿A ti no te atraparían, viejo?

–Por mi trabajo, no, y tú lo sabes. Mis dólares serían perfectos. Nadie podría diferenciar el original de mis impresiones. No jodas, y con los maquinones que tenemos ahora. Ya hubiera querido yo esta tecnología hace cuarenta años. No hay nada que no se pueda reproducir hoy día, desde documentos de identidad hasta bonos de valores comerciales.

Mi socio y yo nos miramos. Sonreímos en sincronía.

–Vamos a justificar la inversión de la bicha esa, ¿cómo se llama?

–La nueva Scancloner ZXC-7000. –lee mi socio la portada del manual de uso y aplicaciones.


Nos decidimos por una baja denominación que no se sometiera a tantos controles y verificaciones como los billetes de cien dólares. El de $20 resultaba ideal: era aceptado sin despertar suspicacias en todas partes, bancos, aeropuertos, taxis, hoteles, tiendas, casas de cambio; te daban vuelto y tenías acceso entonces a billetes auténticos de menor cuantía a los que no valía el esfuerzo intentar su falsificación.

El billete “madre” fue el identificado con el serial Nº F47325142C. Lo seleccionamos por presentar las mejores condiciones de conservación.  A pesar de haber sido impreso originalmente en 1993, se mantenía nuevecito. Lo escaneamos, ampliamos, analizamos y viviseccionamos hasta descubrir sus más íntimos secretos. Detectamos, sin lugar a equivocaciones, la clase y gramaje del papel, el tipo y formulación de las tintas, que tradujimos con exactitud a la guía universal de colores pantone y sus equivalencias en cmyk. Lo construimos de nuevo, píxel por píxel, cuidando la fiel reproducción de la trama. Una vez hecho imagen, a imagen y semejanza del billete primigenio, lo convertimos y salvamos en jpg, en tiff, lo solarizamos, lo picturizamos (yo no pude evitar recrearme una serie a lo Andy Warhol, maquillando con colorines el rostro del adusto y antipático presidente Jackson), lo sublimizamos, lo cromatizamos, lo deconstruimos, lo desestructuramos, lo decoloramos, lo expusimos a rayos ultravioletas e infrarrojos, lo llevamos a alto contraste, lo transmutamos, lo metamorfoseamos en megabytes, le lavamos el cerebro y lo sometimos a los rigores del photoshop, del freehand, del illustrator, en diversas versiones. Y realizamos infinitas pruebas de impresión hasta lograr la apariencia, peso y textura imprescindibles para hacer dudar a los expertos numismáticos.
CARA FRONTAL:

FEDERAL RESERVE NOTE
THE UNITED STATES OF AMERICA

THIS NOTE IS LEGAL TENDER

FOR ALL DEBTS, PUBLIC AND PRIVATE


F47325142C

WASHINGTON DC


 (Iconografía del Presidente Jackson)

–SELLO–
FEDERAL RESERVE BANK OF ATLANTA, GEORGIA.
DEPARTMENT OF THE TREASURY – 1789.

 (Firma Manuscrita)
TREASURER OF THE UNITED STATES.

 (Firma Manuscrita)
SECRETARY OF THE TREASURY

SERIES 1993

TWENTY DOLLARS


CARA POSTERIOR:

THE UNITED STATES OF AMERICA
IN GOD WE TRUST

(Iconografía de la Casa Blanca)

THE WHITE HOUSE

TWENTY DOLLARS


Lo echamos a suerte y me tocó a mí introducir los $ fuera, después de viajar por media Venezuela, distribuyendo nuestro papel moneda. En Porlamar, Barquisimeto, Mérida, Maturín, Falcón y Puerto La Cruz circularon sin problemas.  Caracas tampoco opuso resistencia. Ahora yo pagaba mis consumos en Punta Cana, alternando travellers checks y $20. De vuelta, para celebrar, descorchamos un denso y oscuro ron dominicano. Contreras se carcajeaba entre tragos. En sucesivos periplos, brindamos con rones jamaiquinos, costarricenses y de algunos archipiélagos más o menos cercanos. Execramos el ron panameño. Lamentamos el nicaragüense.  Extrañamos el gold de Las Bahamas. Producir cada twenty dollars bill nos cuesta $3,49.

Meterse en la boca del león fue idea de mi socio. Y quien la propone, pues comete la audacia. Miami dijo welcome. También Nueva York, Boston, Chicago, New Orleans, Las Vegas y, en un exceso de confianza, amparados por una convención de la industria gráfica, les metimos por los ojos a los gringos nuestros billetes verdinegros en la mismísima cuna del original clonado: Atlanta. La ZXC-7000 se pagó sola. Cuidando no repetirlos, llevamos un control estricto de los seriales: H78325146J / K91325172L / M427325199N / P53225177Q / S683251421R / U63025145T / Z75525112W / Y00325140X / B17325141A / D23325144C / J47625146H / L27325192K / T47325142C / M47325142W / E47325142R / V67325188B / M23525142N / S02045142P / Q49662511C / G97325145A /

Saltamos el charco con Contreras. Se animó a tratar de ver, con binoculares, una corrida de toros en Las Ventas de Madrid. Gritaba “óle” como un endemoniado. Sangría, putas, paella, tablaos flamencos. Lo típico. Además de museos el viejo y yo, mientras mi cómplice leía la prensa desayunando tarde en la habitación del hotel. Catorce días paseando por Toledo, Granada, Sevilla; Barcelona y de vuelta a casa.

Contreras se aficionó al jerez. Prefiere el Fino La Ina al Tío Pepe. Nos asustó cuando propuso falsificar euros.

–Son más fáciles que los dólares. Tienen poco tiempo en circulación y hay menos competencia. Como siempre, elegimos las denominaciones más bajas. –Otra vez sonreía, niño travieso sin dientes, intentando convencernos de expandir nuestro mercado.

–¿Sabes cómo te van a nombrar desde ahora, viejo?

–¿Euro Contreras?, porque así mismitico me bautizaron.

–No, mataor, te van a llamar Clon-teras.