miércoles, 25 de julio de 2007

CARACAS 440 YEARS OLD: ejercicio textual de utopía

Imagínense a Lennon, desde su cielo de mermelada, carcajeándose porque ahora sí “war is over”. Lennon y otros tantos millones de insensatos como nosotros, aquí en los terrícolas sembradíos de fresa, celebrando que la “guerra” es apenas una palabreja que todavía aparece en los diccionarios y solamente en los diccionarios en desuso. Pero que casi nadie piensa ni menciona este nefasto concepto bisílabo.

Ya, pues, ningún país quiere dominar ni invadir a ningún otro. Los pasaportes son sólo documentos que testimonian nuestra identidad y diversidad poliétnica y multicultural. El mestizaje nos ha proporcionado especimenes hermosísimos que entremezclan y perpetúan, con regocijo, “lo mejor de cada casa”.

Los diferentes idiomas multiplican las posibilidades de jugar con las palabras. Internet, por ejemplo, es un prodigio cibernético que nos permite comunicarnos, borrando las fronteras, en tiempo real y desde cualquier rinconcito del planeta.

Todo conflicto o desavenencia se decide ahora, no a través de las consabidas confrontaciones bélicas, sino mediante encuentros deportivos y culturales. Así, durante un pintoresco partido de ping-pong, China acaba de “imponerse sobre” Hungría (fíjense, a pesar de nuestras veleidades pacifistas, en la hostilidad del verbo y la preposición subsiguiente). En el mismo orden de ideas, Venezuela ganó el torneo internacional de scrabble (ya nos dejamos de exportar misses y boxeadores, para volver a pararle a creadores como Reverón, Soto, Massiani, Valera Mora).

Soldados y mandatarios, ahora desempleados, se dedican a las bellas artes, componen rap, emprenden virtuosos ejercicios coreográficos, montan teatro de calle y juegan ajedrez a la sombra de samanes y jabillos que escasean.

Los extintos políticos, vaya noticia, ahora reforestan la selva amazónica, mientras pronuncian discursos imposibles que marean a la fauna, cual ejercicio de catarsis freudiana o purificación kármica.

Florecen trueques de libros en cada esquina. Recitales de poesía urbana se suceden intermitentemente en los vagones del Metro; los pasajeros, incluso, olvidan bajarse en la estación que les corresponde para no perderse los versos endecasílabos o el final del poema. En los andenes se exhiben variadas obras pictóricas: arte subterráneo, como quien dice. El body painting, arte libre al aire libre, se concentra en parques y plazas, alebrestado por acordes de jazz, rock, fusión de notas que huyen del pentagrama, como si éste fuese una camisa de fuerza.

En la caraqueñísima urbanización de Los Chaguaramos, Adán y Eva se pasean soberbiamente desnudos (¿desnudamente soberbios: o sea, amorosos, altivos y sin nudos?), despertando los celos de la estatua de Las Tres Gracias.

Contraviniendo su definición, ahora la “utopía”, jubilosa deidad omnipresente, se encuentra en todas partes. Es una epidemia que se contagia sin exclusiones, sin excepciones, sin remedio, sobrepoblando el planeta de humor desbordante y belleza irreductible que celebra la vida en cada terco aliento

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