martes, 15 de febrero de 2011

post 365: cuando tus iniciales son, textualmente, "ASS"

MORALEJA: a los progenitores corresponde el imperativo de sopesar cautelosamente la combinación de nombres y apellidos de sus vástagos, procurando evitar el infortunio que, brevemente, narro a continuación. Los personajes existen en la mentada "vida real", pero ya me he tomado la molestia yo de versionar sus nombres, aunque conservando su equivalencia fonética y silábica, con el único propósito de incordiar.

A pesar de que sus iniciales significan "culo" en el inglés más extendido, Asdrúbal Salas Salmerón insiste en hacérselas bordar, como dictan las más rancias normas de vestimenta ejecutiva, sobre el intercostal inferior derecho de todas sus camisas -adquiridas an(u)almente en una boutique masculina especializada de Boston- siendo el hazmerreir de los artesanos camiseros gringos que han convertido a "mister ASS" en la anécdota favorita a la hora de socializar con unas cuantas cervezas encima, aderezadas con intermitentes "shots" de bourbon, más aún cuando el mencionado cliente se presenta en tan oneroso local, navidad tras navidad, a seleccionar personalmente su tradicional docena de "shirts" XL, manga larga "wide", con cuello 191/2. Esta visita, anticipada con sonrisas durante todo el año, les alegra la rutina a los dependientes habituales de "Tailors". Citando textualmente el diccionario, "Ass" también traduce: "asno, burro, bruto, cretino, insolente, imbécil, necio".

Sus empleados en Caracas lo califican, eufemísticamente, como: "vómito uterino"; "hemorragia fecal"; "excrecencia de matriz putrefacta"; "tumor fétido acuoso"; "furúnculo pletórico de pus efervescente"; "mucosidad verde, viscosa y recalcitrante"; "eczema seminal"; "adiposidad en ebullición eruptiva"; "prurito express", "psoriasis seborreica generalizada"; "micosis con metástasis", "escoriación pigmentaria urticante". Pero el concurso de epítetos organizado en su oficina de importaciones es declarado desierto, año tras año, por la debilidad de estos calificativos que palidecen ante el ejercicio sistemático de la infamia personal y profesional de ASS-drúbal.

Para ser jefe, proclaman sus asalariados en una burda renuncia a la originalidad, hay que ser mierda. Diarreica, pestilente, asquerosa, oscura, viscosa, sanguinolenta, podrida, vehemente, tremebunda, exagerada, hiperbólica, contundente, entumecida, retórica, excesiva, sinónima, emblemática, metafórica, churrigueresca, bizarra, paleolítica, bisílaba. Mier-da. Productor, consumidor, exportador, importador, pensador, hablador de mierda. Shit. Merde. Mierda pastosa en cualquier idioma. La mierda simboliza el oro, espe-cula-ba Freud. Con la mierda jugaba Dalí, reían los dadaístas. Asdrúbal escatológico, etimológico, haciéndole honor a sus iniciales: A(SS)-no. En pleno uso y disfrute de su etapa anal-freudiana. Coprófago en plato hondo, con cuchara sopera. "Comemierda", paladean sus subordinados, adoptando ese cubanismo insustituible que resulta tan poderoso, preciso y gráfico.

Sin embargo, para el ASS, apenas se trata del ejercicio contumaz de un poder minúsculo e insatisfactorio. Un psicoanalista diría, no sé, que su conducta abusiva-obsesiva y despectiva-paranoica obedece a un rebuscado-desesperado mecanismo de defensa ante el abandono de su padre, la indiferencia de su madre, el desprecio de sus hermanos, la malacrianza de sus abuelos, las burlas de sus condiscípulos. Argenis Rodríguez resultó profético con su libro "Todo el odio y el rencor", ideal para titular las "Memorias de Asdrúbal", aunque él haría que su biografía se llamara "Exito". "Exito, C.A.", como bautizó a su agencia importadora. Porque su vida es su empresa y su misión no es otra cosa que huir, borrar, escamotear, olvidarse de sus orígenes anónimos y -negocios turbios mediante- dedicarse a perseguir, a encontrarse y chocar de frente con el éxito. Triunfo. Superación. Jefe. Empresario. Dinero. Comprar. Vender. Ganar. Negociar. Regatear. Presionar. Asfixiar. Monopolizar. Capitalizar. Obtener. Acumular. Acaparar. Poder. Joder. Mientras más, mejor. Nunca hay suficiente.

Sus mandamientos del éxito son: no atenderás las primeras llamadas telefónicas de nadie; tampoco devolverás llamadas, pues ya te llamarán de vuelta; evitarás aumentar el sueldo a tus empleados a menos que sea estrictamente necesario; demorarás el pago de las facturas vencidas hasta límites insospechados (cuando te amenacen con matarte a coñazo limpio o, peor aún, quemar tu empresa); jamás te mostrarás satisfecho ante nada (pensamiento, palabra, acción u omisión) que no hayas expresado -o te hayas apropiado- tú mismo; negarás tus errores y olvidos, achacándoselos a cualquier otra persona (preferiblemente más débil, sin recursos, o vieja); despreciarás y humillarás, cada vez que te sea posible, a tus ¿semejantes?; confundirás, exagerarás, distorsionarás, mentirás, mentirás y mentirás a tu prójimo como a ti mismo.

Aída -su esposa- calla y obedece, tragándose los improperios y desplantes de Salas, con tal de sacar adelante a sus hijos. Varones los tres. La viva imagen del padre. Tiempo después, aprovechando que el patriarca familiar desatiende por completo la oficina, entretenido con su nueva amante, Johan -el vástago pródigo- a la sazón administrador con especialización en Boston, irá distrayendo dinero de la empresa, comprándose carros nuevos para él y su esposa, primero, acciones en clubes, después, participaciones accionarias mayoritarias en franquicias internacionales y hasta un apartamento por asociación civil en una de las más cotizadas urbanizaciones del sureste capitalino, contando con el silencio absorto de los empleados. Al fin, pensaban -fruto inequívoco de la justicia divina- alguien le ponía coto al jefe. Y de su misma estirpe, se regocijaban, cantando a su dios-vengador sus alabanzas.

Descubierto el desfalco, Johan se marcha del país con la herencia de su padre cobrada en vida, dejando las finanzas del resto de la familia en un desequilibrio alarmante. Los otros hijos de Salas deben ponerse a trabajar en la importadora, convirtiéndose en unos empleados más y obligados a abandonar las universidades privadas donde estudiaban, vender sus carros, cancelar sus tarjetas de crédito y engavetar sus celulares. Pero el verdadero infierno reside en pasar tantas horas junto a Asdrúbal, amargado en demasía por el derrumbe repentino de la exitosa estructura de su vida perfecta. Lo habían saqueado igual que al país. Víctimas de sus propios hijos, ambos -la nación y él- estaban desangrados.

Se le acaban los viajes anuales a Boston; la novia lo deja; no puede cambiar el carro como acostumbraba hacerlo cada dos años; ahora tiene que ocuparse él mismo de todos los asuntos de la empresa, sin poder confiar en nadie. Aunque lo más duro es soportar las burlas sordas y miradas irónicas de sus subordinados. Encima, Aída le pierde el miedo y comienza a sublevarse. Sus otros dos hijos, los damnificados, entienden y envidian el arrojo de Johan, al mismo tiempo que se cagan en su alma. ¿Por qué no compartió con ellos su secreto si el dinero alcanzaba cómodamente para que todos disfrutaran en santa paz y libertad el exilio assdrubaliano? Nunca podrán perdonárselo. Johan el primogénito, príncipe heredero -a la fuerza- del éxito monetario del padre, ensanchando sus horizontes al norte. A costa de ellos. Varados al sur. Cuestión, simplemente, de puntos cardinales. ¿Y ahora qué hacer? ¿Fraguar su propia fuga, su propia revancha? Ninguno de los dos es tan paciente, metódico ni planificador como Johan, con su rostro inmutable que no trasluce absolutamente nada de lo que está maquinando. Gonzalo, el menor, es impulsivo con cojones, siempre listo para la acción, el propio soldado de comando presto a emprender operaciones osadas, donde sólo deba seguir instrucciones previamente asignadas. Asdrúbal-junior, el mediano, es quien empieza a preguntarse cosas en voz alta, la oveja díscola del rebaño, tratando de vislumbrar soluciones tajantes a la nueva e incómoda situación que los embarga.

Como una farmacia de turno, en estado de alerta permanente, Asdrúbal-padre desconfía hasta de su sombra. Y no es para menos. Escaldado por el más parecido a él: el más cercano de los suyos. Gonzalo y el Junior no se lo tienen nada fácil en eso de voltear la tortilla y tomar represalias. De asegurarse también, ¿por qué no?, un futuro seguro y disfrutar tiempos más plácidos, sin la figura omnipresente del dictador destemplado de su padre.

En pequeñas dosis todos los días, el Erytrophim resulta prácticamente indetectable. La información la sacó el Junior de internet. Para algo le sirvieron sus estudios de biología y el seminario aquel de farmacodependencia y toxicología. El patriarca Salas aún delira por la suculenta sazón de Aída y no va a ser complicado adobar con unas cuantas gotas del incoloro e insaboro Erytrophim los abundantes almuerzos del padre. Tarda en hacer efecto pero es un veneno eficaz. La empresa todavía debe valer algo. Lo arduo será convencer a Gonzalo de que ya sólo les resta esperar.

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